Tampoco conseguí que este gato mirara a cámara. De hecho, su mirada es soñolienta. Está y no está.
En mi libro «La libertad interior» (Diana) cuento que mi gato Cheever fue mi maestro. Era digno pero sin ego. También era muy flexible: practicaba las mejores posturas de yoga y los mejores estiramientos.
Se entregaba a cada momento, no me juzgaba, no me reprochaba nada, pero eso no significaba que me considerara su dueño o que yo pudiera ejercer como tal. El tópico reza que uno es dueño de su perro y esclavo de su gato. Y quizás sea un tópico porque es cierto.
by: Gaspar Hernàndez
Escriptor, escritor.